domingo, 14 de junio de 2015

SI ESTUVIERAN HOY AQUÍ




Francisco Javier SANCHO MÁS*

“Si ellos y ellas estuvieran hoy aquí…” Creo que más de una vez nos lo hemos preguntado, sobre todo cuando llega esa fecha, y se duda con los pies y el corazón en esa inercia que les mueve hacia la plaza de tantos años, entre el ir o resistir oyéndolo por la radio o mirándolo por la tele.

Algunos creen en un más allá donde rendir cuentas, un lugar al fin donde tendremos que responder por todo lo que se hizo o no se hizo en vida. Yo, en particular, no creo que aquellos, los que nos dejaron y dieron hasta el último aliento puedan ahora reclamarnos, como se canta en los poemas. Pero si estuvieran aquí, no creo que fuesen muy distintos a los que aún viven y también se involucraron hasta lo más íntimo de cada uno. Y no me refiero sólo a lo que resuena en la memoria colectiva, en la dirección de los barrios, en el nombre de los hospitales, colegios o mercados. No a ellos, solamente, sino a los que no tienen nombres, porque casi nadie se acuerda y de sus pequeños grandes gestos. Eso que conforma verdaderamente una revolución, la posibilidad de cambiarlo todo, el olor de la primera vez, de primer día. No tiene que ver con ideologías, ni siquiera la sandinista, es esa inmensa alegría que da saberse libre, aunque sea en la imaginación, esa sensación que en ningún país se ha sentido como en Nicaragua.

Si estuvieran aquí, apuesto a que serían como Antonio, el carpintero de un barrio de Managua, que no ha dejado de trabajar por los hijos que tiene y que ya no ve en el exilio de la pobreza, y que para no estancarse en las remesas que le envían, se levanta diario a las cuatro de la mañana y trabaja quedito como “pa no molestar”. Se acostumbró a la carpintería en vos bajita, un arte de pocos, asegura mientras trata de superar la torpeza de unos huesos que también en su tiempo fueron libres. Nadie diría viéndolo en ese afán, que Antonio se infiltraba en las montañas durante la guerra contra Somoza, y servía de correo para los muchachos. Si se levantase el bajo del pantalón veríamos la huella de la bala, como una vacuna en la piel de un niño.

Si estuviera aquí, serían como la Liliana, una mujer que trabaja con jóvenes que están en riesgo de todos los abusos, que parece costeña y que dedicó sus mejores años a “asear a los muchachos”, es decir, limpiar sus cadáveres cuando regresaban de la montaña en derrota, de modo que sus familias, y en particular, su mamá, los vieran en una  muerte decente. Ella misma iba a comunicárselo. Nadie se puede imaginar cómo era eso de golpear la puerta y decir “buenas”, y tras el saludo, anunciar quebrándole el corazón las “malas”. Un trabajo que requería todo el amor, pero al que la razón no resistía mucho tiempo. La Liliana tiene sus prontos, su carácter y una belleza en los ojos que no sabría describir si no es adentrándome en la selva y rodeándola toda de su verde. Nadie sabe lo que la Liliana dejó allá.

Si estuviera aquí, sería como Luís, que pasó la vida en las dos guerras, que se hizo voluntario de todos los fuegos porque creía, pero óiganme bien, creía de verdad, que los cambios pequeños eran posibles y que esa posibilidad los hacía grandes. Tras la derrota, que empezó bastante antes de los noventa, Luís se inclinó hacia el alcohol barato, que rapidito le hacía olvidar lo que es quebrarse un sueño que ni siquiera era de él, sino un sueño de mucho pueblo. Después ha ido ganándose la vida acá y allá. Los comandantes aún lo reconocen cuando él los saluda con la única confianza  que da la trinchera, pero sólo queda en eso, un saludo al viento, o alguna caridad de vez en cuando le llega nomás. Cuando necesitaba ayuda de verdad para su dolencia Terminal, tuvo que armarse a otra pelea y sin esas manos de los que alguna vez le llamaron compañero. Curioso, esa palabra tan linda que claudicó de nuevo ante el servilismo o la manipulación, esa palabra era como decir hermano, rompiendo la frontera de la edad, la tierra y la educación, que nos igualaba ante lo que no se paga ni se compra.

Si estuvieran aquí, probablemente nos dirían que no se trataba de una revolución del frente Sandinista. En cualquier caso, no era éste e Frente que ni los vivos de adentro y de afuera, si se les preguntase, hubieran deseado. Ahí están los rostros, el rostro de la decepción a pesar de las flores y el color. Los que asisten o no a la plaza tienen todo el derecho de pedir un cambio a todo eso.

Si hoy, los héroes y heroínas de entonces estuvieran aquí serían como la Chela, que aún trabaja en los telares de una pequeña comunidad, creyendo a fe ciega que el trabajo artesanal diario no sólo eleva la dignidad sino que ayuda a salir de la pobreza. La crisis y los precios de cada lunes en la mañana le abofeteaban su esperanza. Pero esto de creer a pesar de todo, aprendió en aquellos años. En la tarde continúa ayudando a alfabetizar a un pequeño grupo de adultos. Quién le iba a decir que las mujeres y los hombres no se no se llenan el estómago con sueños.

Si estuvieran aquí, serían un poco como todos ellos, a los que les gusta que los retraten. Serían un poco como todos, ¿no les parece? Algunos incluso también habrían incurrido en pactos, corrupciones y prebendas. Otros habían seguido el camino de las pequeñas cosas, de los pequeños cambios. Pero muchos serían capaces de dar una maestría sobre la esperanza y la sobrevivencia, esa cosa reseca que, aunque parezca muerta, no deja de tener una vocación por la vida.

Si hoy estuvieran aquí, tal vez vivirían fuera, como tantos a los que no les quedó otra opción ni otra decisión, a quienes creyeron que todos estaban equivocados, a esos hombres y mujeres que la noche de ayer viernes, en vigilia, aún se beberían más de un trago para cantar sin la guitarra y con todo el desafino de la emoción las viejas canciones, que se dejan cantar en la melancolía de las noches, esas canciones las pobres, tan traídas y manipuladas, que hasta eso se ha vuelto abuso.

Si hoy estuvieran aquí, seguramente afirmarían que después de aquello, nada fue lo mismo. A pesar de durar tan poco. Es cierto. Seguramente dirían que aprendieron a resistir cualquier desgracia, a luchar, que es lo mismo que la vida, pero que nunca llegaron a saber cómo se resiste cuando te quiebran un sueño.

*franciscosancho@hotmail.com


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